De vuelta de estas mini vacaciones (sobre todo mentales) que me he tomado, vuelvo, como no podía ser de otro modo, para utilizar este Autodiván como vertedero de frustraciones y abrevadero de la rabia que me toca vivir en el día a día.
Ya he contado alguna vez que mi infancia transcurrió entre mis primos maternos, crecimos entre montañas y ríos, y tiempo después lo transformamos en playas y comilonas, y a día de hoy esos lazos creados en aquella época de crecimiento siguen vigentes a pesar de la distancia y de las diferentes maneras de ver la vida que cada cual, como debe ser, tiene.
En mi familia existió una oveja negra, el más pequeño de ellos, el que menos disfrutó de aquellos tiempos de convivencia, tuvo una serie de devaneos con sustancias peligrosas y peores compañías, todo eso creó un coctel que le llevó a ser repudiado por su propia familia más cercana. Sin embargo cualquiera tiene sus pecados de juventud, aquellos que hoy en día se magnifican hasta límites insospechados, y, del mismo modo, cualquiera con un mínimo cimiento en su cabeza es capaz de dejar de lado ese camino y reemprender otras rutas.
A día de hoy, mi tía nos llama para comunicarnos que este "elemento" ha emigrado temporalmente en busca de una nueva oportunidad, en busca de un reencuentro consigo mismo (y lo que es la casualidad, lo hace a escasos kilómetros del pueblo que vió crecer a mi complemento perfecto, allá en las últimas estribaciones de Sierra Nevada). Me alegro por él, ojalá algún día podamos volver a hablar y entender que todo aquello que vivió no fue más que un modo de aprendizaje personal de que hay cosas que es mejor evitar, ojalá él pueda explicárselo a quienes le puedan rodear en el futuro.
Y esto, como parte negativa, me convierte en el único imbécil de mi familia, el único que sigue sin ser capaz de ganarsela vida por si mismo, y aunque es una muy grata noticia, al tiempo me da un puñetazo en todo el estómago, me quita el aire y me arrastra de cabeza al abismo .... otra vez.
Ahora soy yo la oveja negra.
Ya he contado alguna vez que mi infancia transcurrió entre mis primos maternos, crecimos entre montañas y ríos, y tiempo después lo transformamos en playas y comilonas, y a día de hoy esos lazos creados en aquella época de crecimiento siguen vigentes a pesar de la distancia y de las diferentes maneras de ver la vida que cada cual, como debe ser, tiene.
En mi familia existió una oveja negra, el más pequeño de ellos, el que menos disfrutó de aquellos tiempos de convivencia, tuvo una serie de devaneos con sustancias peligrosas y peores compañías, todo eso creó un coctel que le llevó a ser repudiado por su propia familia más cercana. Sin embargo cualquiera tiene sus pecados de juventud, aquellos que hoy en día se magnifican hasta límites insospechados, y, del mismo modo, cualquiera con un mínimo cimiento en su cabeza es capaz de dejar de lado ese camino y reemprender otras rutas.
A día de hoy, mi tía nos llama para comunicarnos que este "elemento" ha emigrado temporalmente en busca de una nueva oportunidad, en busca de un reencuentro consigo mismo (y lo que es la casualidad, lo hace a escasos kilómetros del pueblo que vió crecer a mi complemento perfecto, allá en las últimas estribaciones de Sierra Nevada). Me alegro por él, ojalá algún día podamos volver a hablar y entender que todo aquello que vivió no fue más que un modo de aprendizaje personal de que hay cosas que es mejor evitar, ojalá él pueda explicárselo a quienes le puedan rodear en el futuro.
Y esto, como parte negativa, me convierte en el único imbécil de mi familia, el único que sigue sin ser capaz de ganarsela vida por si mismo, y aunque es una muy grata noticia, al tiempo me da un puñetazo en todo el estómago, me quita el aire y me arrastra de cabeza al abismo .... otra vez.
Ahora soy yo la oveja negra.
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