CULPA Y CASTIGO

Anoche, para variar, me costó dormir, y en una de las infinitas vueltas que dí, pensé en lo mucho que aparentemente me gusta castigarme, porque es innegable como me estoy regodeando en mi propia miseria, y algunas de las acciones cuasi-automáticas que hago día a día son la prueba más palpable de mi masoquismo.

Creo que me han inculcado una mentalidad intolerante con el fracaso y todo lo que hago cuando percibo o constato que he fracasado en algo, sirven de castigo para enmendar mis errores. Pero debo ser consciente de que esa estúpida moralidad judeocristiana que no permite errar al hombre es el mayor error en la historia de la humanidad, que no puedo estar eternamente flagelándome porque haya tenido malas relaciones sentimentales, trabajos de mierda en los que he durado menos que un caramelo a la puerta del colegio o, incluso, haya tomado decisiones que a la larga resultaron ser erróneas.

Si quiero sobrevivir y volver a vivir debo quitarme la máscara de la culpa, mejor dicho, debo considerar el error y la culpa como algo inherente al ser humano, a mi mismo, y debo convivir con ella y rebatirla asumiendo las consecuencias de lo hecho, de lo deseado y de lo conseguido.

Nunca busqué el reconocimiento ni la victoria, y por extensión y coherencia tampoco debo considerar el castigo como una opción, liberándome de la culpa me libero de su carga y me permito avanzar.




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