Hace un ratillo he vuelto de la consulta del médico, tenía cita pedida desde hace unos casi cuatro meses y no ha sido hasta hoy cuando por fin me han atendido, y luego me venderán que las listas de espera se han reducido, menos mal que no era urgente. Lo más divertido del caso es que fue hace un par de semanas (27 de agosto) cuando me llamaron para preguntarme si la reclamación que efectué en su día (27 de mayo) seguía p'alante .... me planteé poner una queja sobre la queja, pero ¡que demonios!, visto para lo que había servido la primera poco iba a ganar haciendo otra, asi que la anulé y nada, a esperar hasta hoy.
El porqué de acudir al médico es algo que, ciertamente, no viene al caso, y la consulta en si no ha traido muchas luces sobre la solución del problemilla, me han dado dos opciones y he decidido quedarme con la menos traumática y asi conservar mi cuerpo tal y como está ahora.
Pero algo ha habido en la conversación mantenida con el doctor que creo que ha disparado las alarmas de alerta y de reacción, algo se ha encendido en alguna recóndita e ignota parte de mi Sistema Nervioso. La conversación no debe trascender más allá del secreto médico-paciente, pero se podría resumir en que es el cerebro quien dirige todas las partes del cuerpo y no al revés.
Hace muchos años, allá en mi tierna adolescencia recién comenzada, tuve un brote de hipocondria que me llevaba a estar enfermo (imaginario) de cualquier cosa que pudiera imaginarse, mis visitas al médico de cabecera eran contínuas y hasta que él se cansó de mi y me dijo, sin tapujos, que si volvía a verme por alguna paranoia me soltaba dos ostias ... leido asi suena bastante cruel, pero después me lo argumentó de manera docta y tranquilizadora, el secreto estaba en que era el cerebro el que me decía chorradas y yo debía educarlo para que no se viera enfermo.
Lo conseguí y dejé de ser ese temeroso hipocondríaco y por otra parte me libré de ese par de ostias prometidas porque mi siguiente visita, tiempo después fue para empezar el tratamiento de mi alergia, real y efectiva, que me puteaba todas las primaveras.
Y precisamente este acontecimiento, el de la alergia, también lo vencí usando el cerebro. Fueron dieciseis años de vacunas, hasta que me cansé de los pinchazos semanales de alérgenos, me dije que estaba hasta las pelotas de ser un débil para con el polen y automáticamente abandoné todo tratamiento (supongo que mi doctora alergóloga estará preguntándose qué habrá sido de mi ...) sólo conservo mi spray nasal que uso cuando la cosa se pone malita de verdad, como este año en la obra de la fábrica, pero poco más.
De nuevo la mente venció a lo físico ... y ahora, gracias a este doctor, recuerdo que debo seguir haciéndolo, hay algo en mi cabeza que me impide funcionar como quisiera, de hecho ya me lo han dicho pero como que no acababa de creérmelo y necesitaba la opinión de un agente externo; ahora ya la tengo y sólo tengo que ponerme manos a la obra, el resultado satisfactorio sólo puede depender de mi, sobre todo sabiendo que la otra opción resultaría mucho menos "agradable".
Bien, solucionado uno de los puntos de disconformidad actual me empiezo a plantear el siguiente: el trabajo ...
El porqué de acudir al médico es algo que, ciertamente, no viene al caso, y la consulta en si no ha traido muchas luces sobre la solución del problemilla, me han dado dos opciones y he decidido quedarme con la menos traumática y asi conservar mi cuerpo tal y como está ahora.
Pero algo ha habido en la conversación mantenida con el doctor que creo que ha disparado las alarmas de alerta y de reacción, algo se ha encendido en alguna recóndita e ignota parte de mi Sistema Nervioso. La conversación no debe trascender más allá del secreto médico-paciente, pero se podría resumir en que es el cerebro quien dirige todas las partes del cuerpo y no al revés.
Hace muchos años, allá en mi tierna adolescencia recién comenzada, tuve un brote de hipocondria que me llevaba a estar enfermo (imaginario) de cualquier cosa que pudiera imaginarse, mis visitas al médico de cabecera eran contínuas y hasta que él se cansó de mi y me dijo, sin tapujos, que si volvía a verme por alguna paranoia me soltaba dos ostias ... leido asi suena bastante cruel, pero después me lo argumentó de manera docta y tranquilizadora, el secreto estaba en que era el cerebro el que me decía chorradas y yo debía educarlo para que no se viera enfermo.
Lo conseguí y dejé de ser ese temeroso hipocondríaco y por otra parte me libré de ese par de ostias prometidas porque mi siguiente visita, tiempo después fue para empezar el tratamiento de mi alergia, real y efectiva, que me puteaba todas las primaveras.
Y precisamente este acontecimiento, el de la alergia, también lo vencí usando el cerebro. Fueron dieciseis años de vacunas, hasta que me cansé de los pinchazos semanales de alérgenos, me dije que estaba hasta las pelotas de ser un débil para con el polen y automáticamente abandoné todo tratamiento (supongo que mi doctora alergóloga estará preguntándose qué habrá sido de mi ...) sólo conservo mi spray nasal que uso cuando la cosa se pone malita de verdad, como este año en la obra de la fábrica, pero poco más.
De nuevo la mente venció a lo físico ... y ahora, gracias a este doctor, recuerdo que debo seguir haciéndolo, hay algo en mi cabeza que me impide funcionar como quisiera, de hecho ya me lo han dicho pero como que no acababa de creérmelo y necesitaba la opinión de un agente externo; ahora ya la tengo y sólo tengo que ponerme manos a la obra, el resultado satisfactorio sólo puede depender de mi, sobre todo sabiendo que la otra opción resultaría mucho menos "agradable".
Bien, solucionado uno de los puntos de disconformidad actual me empiezo a plantear el siguiente: el trabajo ...
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