AEROPUERTO 08

Muchas veces he tratado de comparar la vida, así en general, con un viaje en avión entre dos grandes aeropuertos. Al principio del viaje coincides con unos viajeros, pasas por los controles de seguridad inmediatamente después de esa preciosa rubia, que te ha sonreido un instante al ver lo ridículo de la situación, y piensas que ojalá tenga el asiento contiguo al tuyo, pero no, esta vez no ha habido suerte y a ti te ha tocado un gordo que apesta a sudor.

La azafata, siempre sonriente, te ofrece un periódico mientras sientes como el avión empieza a acelerar, el estómago te da un vuelco pero nada ocurre, y te centras en la lectura intentado olvidar al gordo que ocupa su asiento y la mitad del tuyo.

Miras hacia adelante y ves a la rubia que hace buenas migas con su compañero de asiento, un tipo afortunado sin duda y tú ... miras a tu compañero y maldices por lo bajini.

La azafata te ofrece un sobrecito de cacahuetes y un poco de agua, todo metódicamente estudiado para tenerte ocupado y distraido; miras hacia atrás y ves a una guapa morena que está a lo suyo ... ni siquiera habla con su novio ... y sigues con tu periódico.

Comienza el descenso y las turbulencias del mismo hacen que todos nos pongamos nerviosos, pequeñas miradas de complicidad y sonrisillas entre todos los ocupantes del avión, pero es algo normal y lo siguiente que notas es el rebote de los neumáticos contra el asfalto de la pista y el sonido de los motores frenando la inmensa mole de acero.

Todo el mundo se levanta, el primero, como no, el gordo de al lado, ya directamente le maldices con la mirada, te olvidas de la mala suerte y piensas en que la humanidad está al borde del abismo con semejantes especímenes rodeándote. Pero prefieres pensar que es la rubia la que mola, la vuelves a mirar y sientes pena cuando ella rie a mandíbula batiente con el macarra de su vecino; la morena sigue sin inmutarse, se levanta y recoge su bolsa que le cede su indeciso novio; la azafata con su eterna sonrisa te despide deseándote un buen día ... y llegas a la terminal.

Cada pasajero establece su propio recorrido de acuerdo con sus necesidades, la rubia te sonrie por última vez y de nuevo te rompe el corazón cuando ves como se va con su vecino, ellos han coincidido en su destino y siguen el viaje juntos, ya no pertenecen a tu camino; la morena resulta que se va con su novio que carga todo el equipaje como buenamente puede, ni siquiera se ha percatado de que puede coger un carrito, pobre calzonazos, sientes pena por él pero nada más, ellos tampoco formarán parte de tu camino por la terminal, buscando tu puerta de acceso a tu nuevo avión.

Llaman a embarque, ves otras rubias, otras morenas, piensas que esta vez si ... pero no, ni de coña, miras una y otra vez la tarjeta de embarque al llegar a tu asiento, no puede ser verdad, otra vez tienes al gordo a tu vera, y esta vez nada puede impedir cierta cortesía y educación ante tanta (puta) casualidad.

Y piensas en Yosi, conforme las puertas se cierran y enfilamos hacia el despegue: ¡Maldita sea mi suerte!.

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